Música y Estado

“Sólo así salvaremos nuestro destino cont­ingente, creando nuestro propio destino final. Haciendo de nuestra vida, de cada estado de nuestra vida, una aspiración ulterior al perfecto Estado, al que se adecue con nuestro congénito y previo mandato, de llegar a ser lo que ser debíamos.
El arte de la vida sólo en eso consiste: en lograr pasar del estado de individuo al estado de patria, para alcanzar a través suyo el supremo estado eterno: de la paz y contemplación de Dios.”

– Ernesto Giménez Caballero, Arte y Estado, 1935.

el escorial

Guerrilla cultural por Degtyarov
(Traducción por Antonio Espinosa)

Desde mi primer encuentro como estudiante con la obra de Ernesto Giménez Caballero (1899-1988) he tenido una fascinación con esta poco conocida figura de la turbia historia española. Más que su carrera política me ha llamado la atención su desarrollo de un nuevo discurso alrededor del arte vanguardista, el cual apunta hacia su integración dentro de un contexto histórico y cultural más amplio. Aunque fuese proponente de una corriente artística moderna, su actitud frente al arte estaba muy alejada del modernismo. Giménez Caballero buscaba la conexión entre el arte y el espíritu nacional, o el ‘Estado natural de una nación’ como lo llamaba él, contrastando tanto al nihilismo dadá como a la corriente del ‘arte por el arte’ que lleva dando vueltas por Europa hace ya más de un siglo.

Escribiendo sobre un estilo musical revolucionario en forma pero antiguo en contenido, no puedo evitar sentirme identificado con los esfuerzos (vanos, sea dicho) de Giménez Caballero por resolver la crisis del arte Occidental enfatizando su conexión con la crisis política de Occidente en los años 30. Se vuelve evidente, al ver cosas como una fotografía de un ano exhibida en una galería de arte, que estas expresiones de imprudencia artística están vinculadas a las manifestaciones más vulgares del dogma política posmoderno. Tanto la mujer escupiendo huevos por el coño y llamándolo arte como las omnipresentes zorras de FEMEN atacando símbolos e instituciones religiosas son engendradas por la misma corriente. La ambigüedad relativa del término ‘arte’ ha llevado a la errónea creencia que el arte es lo que cada quien quiera, mentalidad generalizada entre los entusiastas del llamado ‘performance art,’ para quienes el mero hecho de generar discusión (léase escándalo) le da legitimidad artística a sus payasadas. Para ellos el único requisito para poder llamar a su último acto de depravación pública ‘arte’ es que éste haya llamado la atención. Encontramos un egocentrismo de talante similar en el grupo FEMEN, el cual ha encontrado su mercado de nicho en la provocación patrocinada. Su ataque frentero a los pilares de la sociedad cristiana (el matrimonio y la familia tradicional, la Iglesia y la misa, etc.) es parte de una campaña que busca eliminar cualquier punto de referencia en la sociedad colectiva, para abrirle paso a un libertinaje individualista y anárquico en el cual el sentido de la responsabilidad por el comportamiento humano se ve totalmente neutralizado. Aunque éste tenga varias ramas artísticas y políticas, los dos ejemplos que hemos mencionado tienen raíces en el mismo árbol.

“El arte debe ayudarnos a alcanzar
nuestro potencial máximo como nación.”

Esto debería dejar claro porque las reseñas musicales aquí en Black Ivory Tower incorporan temas e ideas que van bastante más allá de los tecnicismos musicales. Estoy firmemente convencido que la música, al igual que cualquier arte, no puede ser evaluada adecuadamente sin entender el lugar que la misma ocupa en el ámbito cultural y social contemporáneo. Toda producción artística refleja y reacciona necesariamente al mundo que la rodea. El anti-arte sensacionalista no es pues sino el resultado de una sociedad desarraigada, en la cual ya no se espera que el individuo contribuya a la comunidad. En tal ambiente, un arte cuyas raíces estén en un espíritu nacional forma parte de una contra-revolución cultural. Promover tal arte y rechazar el anti-arte es una protesta contra el nihilismo. Esto no implica necesariamente un respaldo a las opiniones políticas que pueda expresar dicho arte. Más bien trata de la filosofía subyacente, que busca realinear la expresión artística con las bases culturales de nuestras respectivas naciones, y con ella todas las otras facetas de la vida. Dicho de otra manera, el arte debe ayudarnos a alcanzar nuestro potencial máximo como nación, perseguir nuestro ‘genio nacional’ como lo llamaría Giménez Caballero, en vez de mantenernos en la superficie de las cosas con obras seudo-artísticas vanas, obras que quedarán olvidadas en pocas generaciones.

Giménez Caballero entendió como pocos lo que la crisis artística de sus tiempos representaba. La aparición de ésta se vio facilitada por un cambio drástico en los valores culturales de Occidente: la degradación del arte iría de la mano con la degradación de la sociedad en general. Ochenta años después vemos lo acertada que fue esta profecía. Atascada en un enquiste político sin salida aparente, España se muestra incapaz de producir música, o cualquier otro tipo de arte, que valga la pena notar. Ahora el mismo destino espera al resto de Europa, si es que no ha llegado ya.

tercios2

(La versión original inglesa de este artículo fue publicado en la revista Black Ivory Tower no.1, julio de 2014.)

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Molotov cocktail in the face of music whorenalism.

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